Recuerdo una vez, hace cuatro años, allá por el bachillerato, aquel examen de literatura. Recuerdo que por problemas personales no había podido estudiar los días previos y sin embargo quería presentarme por todos los medios por si me “sonaba la flauta.” Casualmente tuve la suerte en el examen de acabar sentado al lado de una compañera con una media por encima del ocho, y al mismo tiempo tuve la suerte de que el profesor estuvo más de media hora en la puerta del aula hablando por teléfono, por lo que la atención que le prestó a la clase durante ese periodo de tiempo fue más bien nula, lo que favoreció indudablemente a la picaresca estudiantil, cosa que a mi me vino de perlas, ya que me copié integramente del examen de mi compañera, con o sin su consentimiento, no lo sé, pero me copié. Dos dias después llegó el momento de recoger el fruto en forma de nota y fue entonces cuando aprendí una lección que no creo que olvide nunca. Mi compañera sacó un 9,2 mientras que yo saqué un discreto y modesto 5,8 ¿Cómo es posible que teniendo los mismos contenidos en el examen hubiese tanta diferencia en nuestra nota? ¿acaso ella era más valorada que yo por el profesor o es que simplemente habíamos usado formas distintas de expresar unos mismos contenidos? Ese día aprendí la lección de que en contadas o me atrevería incluso a decir nulas ocasiones se nos puede aplicar las mismas recetas de los demás para obtener el mismo resultado exitoso. Lo mismo ocurre con el cuerpo humano y la alimentación: hay personas que tienen el metabolismo de una manera y personas que lo tienen de otra, de forma que no a todo el mundo le engordan o adelgazan los mismos alimentos ni las mismas cantidades. De la misma forma, no a todas las estrellas televisivas les queda igual la misma chaqueta de 1400 euros. Independientemente de las personas, esta receta también se aplica con grupos de personas, instituciones o asociaciones, de manera que no a todas las empresas les favorecen por igual las mismas técnicas de marketing ni en todas las pandillas de amigos se pueden hacer las mismas bromas, porque con las que en un grupo todos se rien, en otro distinto pueden levantar ampollas (sí, me refiero al humor ácido altamente satírico y crítico, incluso negro en algunas ocasiones que muchas veces hace gala de nuestras reuniones). Por supuesto, y como no iba a ser menos, esto mismo también ocurre a gran escala, con los paises.

Ángel Gabilondo
Como he dicho, podría seguir con un largo etcétera de situaciones “copiar-pegar” pero me parece más importante y por qué no decirlo, más polémico y morboso ponerme a debatir el tema en cuestión: ¿a favor o en contra de la educación obligatoria hasta los 18 en España? Señalo España porque es nuestro contexto, nuestro país, nuestra realidad, nuestras fronteras y como decia el gran Ortega y Gasset “nuestra circunstancia.” Encuanto al resto de los paises, alguien de corte tan filosófica y especulativa como yo alegaría por educación obligatoria hasta los 18, ¡y hasta los 21 si hiciese falta! pero no aquí, no en un país en el que la tasa de fracaso escolar crece alarmantemente sin que se haga lo más mínimo por ponerle solución, no en un país en el que se desautoriza y se deroga la figura del profesor, dándose casos en los que ha habido incluso agresiones, no en un país en el que se puede pasar de curso sin aprobar y sin esfuerzo por parte del alumno, no en un país en el que los partidos políticos se pugnan por imponer su credo ideológico con asignaturas de obligado cursamiento como educación para la ciudadania (esas horas no sólo podrían usarse para impartir lengua, matemáticas o inglés, sino que por si fuera poco, en el caso de la educación primaria se reduce en 25 el número de horas de lengua española para dar cabida a esta asignatura). Almenos la religión es siempre optativa…

El segundo punto que me gustaría recalcar en las siguientes lineas es más bien una especie de llamamiento a los partidos políticos: debería cambiarse el nombre “Ministerio de Educación” por el de “Ministerio de Enseñanza,” porque si algo es tan claro como que la tierra gira alrededor del sol es que educación y enseñanza NO son lo mismo. En las escuelas, institutos, universidades y demás centros “educativos” se “enseñan” materias (pongo “enseñar” entre comillas por la dudosa profesionalidad del profesorado en algunos casos, aunque este no es el tema que nos abarca ahora). La educación se recibe en la casa, en la familia, se “mama,” el niño al igual que aprende su primera lengua de forma natural, coge la esencia y los patrones de comportamiento y de actuación de sus padres o familiares más cercanos, sus inclinaciones, su ideología, sus principios y sus valores. En definitiva es como darle forma a un trozo de barro amorfo. Eso es democrácia. Luego el niño al echar uso de razón valorará lo que ha “mamado” y el tiempo y su experiencia vital le harán ver (si es un poco inteligente) si quiere o no seguir esos patrones o modificar algo. Entrará en un periodo reflexivo, llamémosle crisis de la adolescencia o edad del pavo si se puede llamar así, crisis que unos pasan a los 12 o 13 años y otros a los 25, pero por la que todos pasamos (ya que la vida es una constante escuela), y que es bueno pasar, es bueno plantearse ya que si no nos dejan o lo que es más peligroso aún, no nos dejamos nosotros mismos porque nos hayan grabado a fuego en nuestra mente ciertas inclinaciones, estaríamos hablando de manipulación. Pero reflexiones aparte, una familia por lo general siempre educará mejor que una lista de leyes o código escrito. También hay que ser conscientes de que no en todas las casas se puede dar una correcta educación, bien porque los padres carezcan de ella (tristemente causa muy común), o bien por que ambos padres tengan una actividad laboral. Esa es una de las lagunas a las que nos enfrentamos en este país y para las que yo no tengo respuesta salvo el saber escoger bien el tipo de guardería y/o colegio o cuidador, si bien parte de la culpa de la educación de los jóvenes (independientemente del tipo de padres) la tienen los medios de comunicación y la sociedad. Un ejemplo de ello es que yo (y soy joven) me crié con “La Abeja Maya,” “Barrio Sésamo,” y “Alfred J Kwak” mientras que ahora gran parte de la juventud está etílicamente anestesiada y tiene una mentalidad sabática, especialmente nocturna, y lo peor es que esa mentalidad ha llegado a considerarse completamente normal y a todo aquel que no baile al son de ese organillo “le pasa algo.”

Con estos ingredientes, unidos a una mentalidad por parte de las entidades gobernantes basada en el sentimiento individual en lugar de basarse tanto en el sentimiento colectivo, creo, o mejor dicho, afirmo que conseguiríamos el objetivo deseado, aunque dejo la pregunta en el aire: ¿hasta qué punto deseado? Mientras lo pensamos siempre nos quedará copiar y pegar, en el mejor de los casos.
Francisco de Borja Ramírez Vico
Categorías:Opinión y reflexiones